Ceniza

        Me despierto de repente y lo primero que veo es un pequeño cilindro de papel y acetato de celulosa que despega vuelo desde la mano de algún desconocido que camina por el andén, en medio de una tímida lluvia nocturna de esta ciudad capitalina, dando a parar en el suelo. Después de trazar una parábola en el aire, dejando una fina estela amarilla, finalmente cae en la parte más elevada de un charco en la parte central de la calle. Imagino aquella imperfección en el pavimento de la avenida como si de una isla desierta se tratara y un náufrago hubiera llegado a ella tras una inmensa tormenta, manteniéndose a flote con un trozo de madera que otrora fue parte del navío donde éste se transportaba.

Veo el agua negra y sucia al rededor de aquel diminuto flotador donde yace la colilla del cigarrillo, elevándolo lo suficiente como para no sumergirse en la contaminación que la rodea pero sin aislarlo del todo del peligro inminente que se va acercando con cada segundo que pasa. Al lado del filtro se puede ver una pequeña brasa de tabaco que aún está encendida y que se desprendió del resto de su cuerpo en medio del vuelo, sola y agonizante, la cual aún desprende una fina estela de humo azul. Se puede ver como algo similar a una bengala de uso militar, de esas que emplean para marcar un territorio y avisar a los demás si la zona es segura para aterrizar o si alguna amenaza se encuentra cerca de su posición. Mientras veo todo esto, clavado en mi mente, me pregunto por qué viene  a mí aquella imagen. Aquel recuerdo maquillado de visión en un momento tan inesperado. Siento que aún me hace falta mucha información para entender el contexto de aquella situación, así que decido simplemente callar y observar.

Observo aquella diminuta brasa que lucha por mantener su vida, su existencia, mientras está rodeada por el frío, la soledad y, muy pronto, el olvido. Detallo el al rededor del espectral objeto, mientras pequeñas escamas de ceniza blanca se desprenden de la misma, a medida que el calor va bajando. Me detengo a pensar en lo curioso que resulta el hecho de que aquel calor interno que mantiene viva la brasa, es el mismo calor que la consume y la agota al tiempo que la soporta. El rojo intenso disminuye lentamente dando paso a un profundo negro, gris y blanco que ahora cubren la totalidad el exterior de su frágil coraza. La armadura va perdiendo su vigor y aquello que antes era, posiblemente, un ejemplo de coraje ante la dificultad se ve diezmado ante la debilidad y el agotamiento.

Un sentimiento de tristeza me embarga mientras comparo el humo que desprende con un alma abandonando lentamente un cuerpo en reposo, cuyo final ha sido sentenciado por el descuidado peatón que lanzó la colilla de su cigarrillo por la calle mientras caminaba con prisa para no llegar tarde a tomar el último bus del servicio de transporte, en medio de maldiciones, para el siempre cambiante clima de la ciudad. 

Una tras otra las pequeñas escamas se desprenden, se tornan negras al entrar en contacto con la humedad y desaparecen mezclándose con el resto de la suciedad del suelo. Polvo eres y en polvo te convertirás. Se desvanece otro poco del rojo que emana aquella brasa, con cortos espasmos entre la vida y la muerte. Casi no queda combustible por consumir y el viento, al soplar, la aviva fútilmente de tanto en tanto. El humo sale en una cantidad muchísimo menor a la anterior. Las partículas de ceniza de tabaco que otrora protegían el calor, luego de verse sometidas a los elementos ambientales que rodean aquel objeto, ya no están. El carbón está a punto de morir. La tristeza aumenta en mi ¿Por qué me siento tan cercano a eso que estoy viendo? ¿Por qué siento que tal como la brasa está a punto de apagarse, lo haré también yo? ¿Cómo es posible sentirme conectado tan profundamente con algo que se desprende de mi imaginación o memoria? 

De golpe otra imagen invade mis recuerdos. Una estela de múltiples colores me rodea con movimientos violentos pero ordenados, casi secuenciales. Pienso en qué será aquello que me rodea. Fijo mi mirada al frente y noto que lo que estoy observando son múltiples objetos de distintos tamaños, formas y colores. Agudizo mi vista y entiendo qué es lo que estoy presenciando. Un vehículo pasa, uno tras del otro a gran velocidad a cada uno de mis lados. No siento temor, muy por el contrario, me siento en plena confianza. Siento la convicción de poseer una gran habilidad para la labor que estoy desempeñando en aquel momento. Siento viento en mi rostro ¿Por qué? Noto que no son los vehículos los que se mueven, están quietos en dos largas hileras de metal. El que se mueve soy yo. Al mirar hacia abajo noto que también me encuentro yo en un en una máquina automotora. Veo entre mis piernas, a mis pies y controlado por mis manos una AKT NKD EX-73, una motocicleta de 125CC de cilindrada color blanco con negro que con emoción pude comprar unos pocos meses atrás Freno para evitar colisionar con un conductor que intenta cambiar de carril sin hacer uso de su señal direccional, lo maldigo y una vez este vuelve a su lugar engrano la segunda marcha en la caja de cambios y retomo mi camino aprovechando cada espacio que me permita llegar más rápido a mi destino ¿A dónde me dirijo? ¿A dónde debo llegar con tanta prisa? ¿Me estará esperando alguien en mi hogar? ¿Iré tarde a una cita? Incierto. No sé a dónde voy. Lo único que sé es que sea donde sea, debo llegar pronto. Me esfuerzo enormemente por traer a mi memoria alguna pista que me de contexto de mi ubicación y destino per cuando siento que mi mente se está aclarando y el panorama completo del recuerdo está a punto de despejarse, súbitamente me encuentro ante una profunda oscuridad de nuevo. 

Regreso a ver la brasa, mi fantasmal compañera, justo en el momento que se agota la poca reserva de calor que le quedaba. Ya no es más una brasa, es un cúmulo de ceniza negra que ha cedido ante su entorno y finalmente ha perdido su luz. El agua sube paulatinamente, la lluvia ha aumentado su intensidad con cada minuto y la pequeña isla, que representaba un diminuto rayo de esperanza, ha desaparecido. El punto de apoyo, el resguardo u oasis, se ha sumergido por completo y ya no se le puede ver más. El agua ha absorbido la totalidad de la colilla y ha arrastrado el papel deshecho y el filtro hinchado por la humedad. Pienso un poco y entiendo, por consecuencia lógica, que han sido llevados a otro lugar ¿Dónde podrán estar? Sigo el flujo del riachuelo hasta llegar a una alcantarilla caminando por el andén. Me encuentro empapado por completo. Me pesa el calzado, la ropa se adhiere a mi cuerpo y, sumado al frío, se me dificulta caminar pero mi curiosidad supera mi deseo de comodidad. Un gran pozo que devora todo aquello que tiene la mala fortuna de acercarse se ha formado en una alcantarilla que algunos delincuentes decidieron vandalizar hurtando la tapa de hierro que la cerraba. La colilla, un paquete de frituras que otro peatón arrojó unos minutos antes una cuadra atrás, unas hojas de árbol que las densas gotas de lluvia desprendieron de las ramas, polvo, barro, inmundicia y suciedad. Todo es engullido por aquella enorme boca que traga todo sin saciar su hambre ni su sed. La colilla ya no es más, ahora sólo es un mero recuerdo que queda grabado en mi memoria inmediata ¿Recuerdo de un recuerdo? 

Retorno a mi visión de la ruta. Ya no me desplazo de forma alguna. Los vehículos a mis lados están completamente detenidos. Estoy aturdido, más que antes, y siento la presencia de decenas de personas a mi alrededor. Me encuentro acostado en el suelo boca arriba y con agonizante dolor en varias regiones de mi cuerpo. Varias voces, masculinas y femeninas hablan entre sí. Percibo una mezcla de lástima y horror impregnada en sus palabras ininteligibles. Sólo sé que intentan comunicar los unos a los otros narraciones de lo sucedido. Estoy confundido, débil y cansado. Logro abrir un poco más los ojos y, aunque borrosas, noto luces blancas, azules y rojas que llegan y se van rápidamente, alternándose entre sí. Percibo cómo las cambiantes señales luminosas están siendo emanadas desde un gran vehículo con una cruz roja en la parte frontal. Aquellas luces palpitan rápido, mucho más rápido de lo que palpita mi corazón ¿Sigue palpitando mi corazón? 

Un hombre joven, con uniforme médico está tocando mi cuello y mis muñecas, mientras una mujer de mediana edad intenta retirar con cuidado el casco de mi cabeza, el broche está roto, y algunos girones que quedaron adheridos a mi cuerpo. Retiran poco a poco tiras de tela, lo que solía ser la ropa que llevaba puesta. Igual que las escamas de aquella brasa de una simple colilla de cigarrillo, mi piel se ha ido y ya no tengo algún caparazón que me proteja de las condiciones ambientales en las que me encuentro. Intento moverme pero mi cuerpo no responde. Me esfuerzo por sentarme pero parece que hay algo roto dentro de mí. No siento mis brazos, ni mis piernas, ni mi voluntad de vivir . Intento bajar la mirada, donde solían estar mis piernas ahora hay un espacio vacío. Lo que solían ser mis brazos ahora son dos tubos blandos y sin rigor. Lo único que logro sentir a mi espalda es el calor de la espesa sangre que ha sido derramada y que ahora se ha extendido como un charco a mi alrededor.

Ahora entiendo todo, igual que aquella pequeña brasa me entrego al vacío. Ya no tiene sentido luchar. El calor abandona mi cuerpo, mi llama se apaga lentamente y el humo de mi alma se desvanece con el viento. Extrañamente no siento una terrible paz. Disfruto cada segundo, que se siente como una hora, mientras descubro lo hermoso del cielo nocturno. Me detengo a apreciar las nubes negras que vuelan en lo alto, pasan lentamente impulsadas por el viento, invitándome a unirme a ellas en un etéreo viaje. Por primera vez, en los 28 años de vida  con lo que cuento, detallo lo bello que es ver las gotas de suave lluvia caer desde el cielo a mi rostro, dejando sutiles besos sobre mí, a través de la rendija que solía ser el visor del casco. No recuerdo mi nombre, no sé quien soy, no sé a dónde voy o a dónde iba .Pienso que a esta altura ya no tiene importancia saberlo o recordarlo. Sólo sé que Dios ha botado la colilla de su cigarrillo mientras caminaba por los andenes del mundo que creó y luego abandonó. Pronto podré sentarme a tener una larga charla con Él. Te espero, una vez responda mis preguntas hay mucho que te quiero contar.

Comentarios

Entradas populares