Declaración juramentada de inocencia ante el tribunal

De todas las relaciones en las que he estado y de todas las mujeres con las que he salido, siempre he terminado siendo una víctima al final y puedo demostrarlo ¿No me creen? Pues espero que, por favor, me sea permitido exponer mi caso ante este reconocido tribunal. Les aseguro que una vez finalice la narración, que magistralmente manifestaré a continuación, no sólo seré absuelto de los cargos imputados a mi persona sino que también suplicarán por mi perdón y me será pagada una enorme indemnización por el atroz acto de poner en duda mi mi honor.

Todo comenzó cuando yo tenía 15 años y la conocí. Inmediatamente puse mis ojos sobre ella y me decidí a que yo sería el primer hombre que podría llegar a adueñarse de su corazón, a pesar de su limitado atractivo, siendo ella una joven virgen y de actitud alegre y juguetona. Tras acercarme con cualquier excusa y cruzar unas cuantas palabras me di cuenta del sentimiento de atracción mínima que sintió ella hacia mi. Contrario a lo que se podría pensar fue eso un gran paso en mi meta, ya que una atracción mínima es completamente distinta a la ausencia total de la misma. Pasada una semana me la volví a cruzar en el instituto donde estudiábamos, ella era una alumna en exceso dedicada mientras yo me encontraba más cerca del bando de los mal llamados vagos. Se me reconocía como alguien sin motivación alguna por estudiar. Mi meta en la vida era trabajar arduamente para poder tener una vida cómoda y con placeres ocasionales, una vez aquella etapa laboral finalizara, siendo completamente merecedor de los mismos. Tras un breve juego de tire y afloje, en medio de una conversación que me permitiría medir mis habilidades conversacionales, pude convencerla de faltar a su siguiente clase para que pudiéramos recostarnos en el césped y conversar un poco más de temas más triviales. Descubrí que tenía gustos muy similares a los míos, algo que era algo extraño siendo la razón de esto el hecho de que mis gustos personales son poco comunes y se podrían llegar a considerar, incluso, raros. Aquel momento generó una atracción aún mayor de mí hacia ella, y una atracción media de ella hacia mí. 

Así fueron pasando unos cuantos meses, ella ya faltaba a la mayoría de sus clases para compartir espacios de conversación conmigo y tras varios intentos fallidos y un poco de práctica en el arte de la manipulación, pude convencerla de estar conmigo en unión carnal en un salón que rara vez se encontraba ocupado por alumnos o cuerpo docente. Finalmente había llegado al destino esperado tras aquel desesperante tiempo sin obtener resultados reales. Se enamoró perdidamente de mí, de mi forma de ser, de mi forma de hablar, de mi forma de pensar y de todo aquello que componía mi mundo.

Cuando finalizó el primer año después de conocernos, y convertirnos en pareja oficial me fue revelado por su hermana que aquella joven dama, bueno, ya no tan dama, carecía enormemente de amor propio o consciencia sobre su verdadero y seductor potencial. Cargaba con inseguridades y falta de valor autoasignado. Como era lógico y esperable, ante esta situación, le comenté el secreto compartido conmigo por su consanguínea no sea que perdiera la confianza que tanto me sacrifiqué en construir. Inicialmente manifestó un profundo enojo por la violación de su privacidad, pero dicha molestia se vio reducida gracias a una larga explicación, la cual entregué magistral y hábilmente, sobre cómo ella debía sentir orgullo y alguna suerte de amor hacia su propia persona. Señalé sus fortalezas físicas y demás elementos de su personalidad que no tiene cabida detallar en este momento, me resultaría cansino repetir lo dicho durante horas en aquel momento. El punto es que finalmente logré hacer que comenzara a cuidar un poco más su aspecto físico, lo cual finalmente me benefició en los fornicarios momentos que compartíamos en soledad.

Mi trabajo estaba hecho. En su momento llegó a ser, confieso, mi mayor obra de arte. Convertir aquella muchacha de buenas proporciones físicas, porte deficiente, elegancia ausente y rostro con belleza mediocre en toda una celebridad. Los hombres andaban constantemente detrás de ella y yo con orgullo la sacaba a pasear por la calle para que pudieran admirarla mientras yo me hinchaba de orgullo ya que era la envidia absoluta de la totalidad de su numerosos pretendientes. Pero como todo aquello que comienza, a excepción de Dios, eventualmente debe tener un final.

Pasaron los años, tal vez 4 o 5, y finalmente llegué a cansarme de su compañía y su personalidad. Se volvió quejumbrosa, vanidosa y creo que hasta infiel la muy descarada. Tras haber sido yo quien la construyó decidió pagarme con moneda impregnada de pecado. Confieso que yo también tenía mis pequeñas escapadas con una que otra muchacha de universidad, aunque en medio de mi compasión y misericordia jamás permití que ella se enterara para evitarle dolores innecesarios en el alma. Con cada día a su lado el agotamiento llegó a un punto de total desequilibrio. Sentí que ya no deseaba continuar más en una relación con aquella muchacha así que tomé la decisión de cortar por lo sano. Planeé y practiqué el discurso que daría para expresar mi deseo de terminar aquella relación que por tanto tiempo me costó armar.

Fui directo a su casa tras salir del trabajo que desempeñaba por aquel entonces, yo era un profesional del afilado de tijeras, navajas y cuchillos. Mis clientes eran los peluqueros, barberos y carniceros de la ciudad. Cuando llegué yo al lugar donde ella residía me recibió con una amplia sonrisa, actitud nerviosa y brillo en sus mirar (era casi como si percibiera lo que estaba a punto de ocurrir, el condenado "sexto sentido" que poseen las hembras de nuestra especie). Me invitó a pasar, era mediodía. Entramos por la puerta principal, giramos a la izquierda para subir por las escaleras y tras pasar tres habitaciones llegamos a la del fondo, habitación que fungía como su lecho de descanso desde hacía un tiempo ya. Poéticamente iba a terminar todo en la habitación del final.

Tranquilamente la tomé de la mano, como lo había hecho ya tantas veces antes en el pasado cuando estaba empezando a conocerla, pero en vez de palabras halagadoras empleé un léxico duro e inquebrantable explicando cada detalle de todo aquello que me impulsó a tomar la decisión que estaba manifestando ante ella. La miré a los ojos mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. La piel enrojecía en medio del llanto y sus cabellos se veían opacados por la luz que emanaba del bombillo barato que había instalado su padre en el techo unos pocos días antes de morir mientras su ánimo estaba amargado tras una discusión con otros consanguíneos sobre qué hacer con la casa familiar una vez su progenitora falleciera dejándola como herencia familiar. Aquel hombre miserable exhaló su último aliento encerrado en su habitación completamente sólo y con un total de 55 años tras el día de su nacimiento.

Me fijé en cómo no había arreglado su cabello ese día, incluso aún estaba vestida con la ropa que usaba para dormir. Me fijé en su postura encorvada, con su rostro ligeramente apuntando al suelo y su mano derecha puesta sobre su pecho, en todo el medio del busto, intentando contener un fuerte y profundo sentimiento de dolor que crecía paulatinamente en su corazón. Mientras tanto yo me emocionaba pensando en la forma en la que desarrollarían los eventos posteriores a lo que estaba ocurriendo. Sólo podía pensar en que se veía hermosa. No se veía relativamente atractiva como cuando tuvimos nuestro primer encuentro o cuando el deseo de poseerla se apoderó de mi voluntad aquel día hace tanto tiempo. Tampoco era como cuando falleció su padre y pensé en que por fin estaba libre mi camino para culminar la conquista anunciada. No era como en otros momentos cuando, al verla reír con sus amigas, me entraban deseos de reventarle la cara con fuertes golpes o decirle que se callara de una buena vez para que dejara de fastidiar. Me había hartado de su constante necesidad de aprecio u otorgamiento de valor. No lograba soportar más su hambre de valor concedido por el cariño esperado de una pareja, un amigo o un familiar. Fue muy distinto en aquella ocasión. Mientras, entre sollozos rogaba por una segunda oportunidad, me entró un sentimiento de lástima muy profundo, algo que no había llegado a sentir antes por una persona ¿Conoces ese sentimiento que te entra cuando ves un perro en la calle al que le cojea una pata o de plano no la tiene? Pues era un sentimiento de lástima similar a aquel. Lástima que te hace sentir pesar porque sabes que aquel ser se encuentra sumergido en un muy profundo sufrimiento, pero no lo suficiente como para que te acerques a ayudar. El sentimiento de asco conlleva a no permitir que se ensucien tus manos con su inmundicia, ni deseas que después tengas que lidiar con la responsabilidad de curar y restaurar una vida para aquella criatura. Simplemente la miras, te sientes triste, e inmediatamente te vas a seguir con tu propia vida ya que no importa la de nadie más.

La verdad es que jamás llegué a sentir un amor verdadero por ella. Siempre sentí el más profundo desprecio por aquella mujer que tenía frente a mí. El odio sólo creció cada día que la tuve a mi lado y si hay algo en lo que siempre he sido hábil es en ocultar mis verdaderos sentimientos e intenciones ante los demás. Intenté levantarme para salir de la habitación y tras manifestar cómo no sentía nada por ella, bueno o malo, cayó al suelo y me agarró de las piernas. Se repetía que lo que ocurría no podría ser real mientras yo me limitaba a ver como su lamento le hacía ver cada vez más y más bella. Su dolor me hacía sentir bien. Tras un rato comencé a hastiarme de que se arrastrara en un espectáculo igualmente patético y encantador. Estaba ya cansado de que me apretara con tanta fuerza. Con un empujón la aparté de mí. Cayó con fuerza hacía atrás, con el peso de su cuerpo, e intentando detener la caída puso sus delicadas manos en el suelo. Giró su rostro levemente hacia un lado, puso una de sus manos sobre su boca y por un momento no pude notar más el brillo en sus ojos. Se apagaron. Ya he perdido la cuenta de cuántas veces quise ver la piel rota y la sangre brotando de aquellos labios que cuidaba con tanta disciplina. Deseo resaltar el hecho de que los cuidados, casi obsesivos, que religiosamente cumplía cada noche antes de dormir y cada mañana al despertar se debían a un comentario que le había hecho en algún momento con el cual le hice creer que sus labios eran una inmensa fuente de deseo. Pobre de mi, ella me creía cada vez que le decía palabras dulces o que tenía algún valor no sexual en nuestra relación. Entenderán el martirio por el que tuve que pasar aguantando mis deseos de estrangularla y sepultarla a escondidas en algún jardín. Durante mucho tiempo tuve la voluntad suficiente como para poder tapar, amarrar y sepultar muchos de los más profundos deseos que tuve a lo largo de mi vida. A pesar de llevar la vida que se espera de cualquier ser humano decente, la paciencia se agota y la voluntad en algún momento ha de quebrarse.

Si hasta el momento no han sido capaces de ver cómo soy yo la verdadera víctima de todo esto, ni son capaces de apreciar mis múltiples habilidades, ni son capaces de valorar mi fuerte ética de conseguir aquello que deseo o pongo como objetivo, con la parte final de mi relato podrán empezar a abrir los ojos con respecto a la gran persona que tienen frente a ustedes. Podrán visualizar la excelente calidad humana que poseo.

Me ordenó salir de la habitación y que no volviera más y cuando me disponía a salir me gritó que ella no merecía un trato así. La lástima que sentía antes hacia ella se desvaneció, e incluso detallando la belleza que figuraba en su rostro me entraron deseos de estallarla con diversos instrumentos contundentes hasta que no quedara nada que reconocer. Siempre me he sentido así con la gente a mi alrededor, así que me supe contener antes de que aquel momento de separación se convirtiera en una fuente de reencuentro ante el juzgado para explicar por qué había hecho lo que hice. Reencuentro que se daría, obviamente, con algún familiar suyo ya que ella no estaría más para reclamar un castigo justo o pedir una segunda oportunidad para mi en medio del amor tan puro que siempre me demostró, excepto cuando se escapaba con algún amante (hecho que nunca pude probar pero mi avanzado instinto me indica que tengo la razón en desconfiar).

Salí de la habitación, con ella detrás de mí preguntando si la llamaría o nos volveríamos a ver. No le respondí nada. Mi objetivo era salir lo más rápido posible y no volver a saber de ella nunca más. No volver a escuchar sus reclamos. No volver a tener una discusión porque el almuerzo que yo quería era lo mismo al día anterior. No volver a recibir reclamos por acostarme con ella y poner como prioridad mi propia satisfacción sobre la de ella. No volver a recibir sus odiosos regalos. No volver a dejar que me tocara o siquiera me mirara.

Decidí, finalmente, que no era correcto que yo tomara acción por mano propia en contra de ella ¿Acaso un gran artista destruiría con su propia mano su obra de mayor valor? ¿Acaso un escultor destruiría la pieza en la que trabajo por meses o años usando el mismo martillo y cincel con el que la levantó? Como una forma de darle fin a su sufrimiento, le pagué una considerable suma de dinero a uno de los carniceros con los que yo solía trabajar y que tenía fama que con tal de recibir una mínima cantidad de dinero llevaría a cabo cualquier labor encomendada una vez fueran recibidos los correspondientes honorarios. Aquel hombre era, en efecto, mi cliente más frecuente y con quien habíamos llegado incluso a entablar una amistad algo cercana. 

Aquel caballero llevaba una considerable cantidad de años desempeñando labores varias, todas relacionadas al tratamiento de la carne, labor que siempre admiré cuando tenía la posibilidad de observarlo trabajar por lo exquisito de su técnica. En alguna de mis visitas a su local comercial logré ver cómo decapitaba una res de enorme tamaño, a modo de prueba de uno de los cuchillos que había afilado yo recientemente para su servicio, con una exactitud tan impresionante que la vaca siguió caminando buscando algún lugar donde pastar sin derramar una sola gota de sangre a través del muñón que correspondía al cuello del animal. La velocidad del corte y su precisión llegaron a ser tan exageradas que la criatura nunca se enteró que su cabeza había sido separada del resto de su cuerpo y finalmente terminó por morir varias semanas más tarde debido a su incapacidad de obtener alimento. 

Lamento alejarme de mi relato principal pero les aseguro que debieron haber presenciado lo que les acabo de narrar. Fue tanto magnífico como espeluznante. Ahora sí, retomando la historia que acá nos concierne, las únicas condiciones que me fueron impuestas para la labor encomendada fueron el ser yo quien aportara los implementos necesarios estando estos bien afilados y comprados distintos pueblos para que los mismos no fueran sencillos de rastrear. También me fue asignada la labor de convencerla de alguna manera para que se dirigiera al lugar acordado para que le resultara más sencillo llevar a cabo su profesión a aquel hombre. Debido a la amistad formada con tan distinguido sujeto me fue cobrada sólo la mitad de la tarifa de lo que él cobraba normalmente, lo cual le agradezco profundamente.

Obtuve los implementos solicitados. Escribí una carta a nombre de una tía lejana de ella, simulando una corta visita e invitación a comer algo en un inexistente restaurante alejado de su hogar. En lugar del local donde supuestamente se daría la reunión se encontraban unos graneros abandonados desde hacía varias décadas. En el documento enviado se encontraban indicaciones exactas con la cantidad de pasos y giros que debía dar para llegar al lugar donde mi compañero y yo creíamos era el mejor lugar para que se perfeccionara el contrato pactado entre los dos. Ella, sumisa y con ilusión, hizo caso a cada una de las instrucciones que ponía el papel. Esto ocurrió un mes exacto tras finalizar formalmente nuestra relación. 

Al llegar a la ubicación donde fue citada empezó a llamar con gran voz a su familiar, quien obviamente no se encontraba en ese lugar, y fue la señal que mi socio esperaba para saber que ya era momento de entrar en acción. Al igual que con la vaca mencionada anteriormente, de un solo tajo su cabeza fue desprendida de su cuello, recogida, llevada de forma inmediata a una porqueriza cercana que era propiedad del carnicero y arrojada a los cerdos quienes se encargaron de desaparecer por completo cualquier rastro de que la misma hubiera existido alguna vez. Sería pecado tanto deshonrar a una dama al sepultarla en una improvisada tumba sin los ritos correspondientes como desperdiciar la comida que a otros puede dar provecho. Todo aquello en nombre del amor que me tuvo y del respeto que manifiesto por su memoria. Ni una sola gota de sangre salió de la porción de cuello que comprendía la cabeza, ni tampoco de la porción aún anexada al resto del cuerpo. Mientras él se encargaba de todo eso, mi deber era quedarme al lado del resto de sus despojos. Estuve yo siempre vigilante que nadie se acercara o pudiera llegar a sospechar algo de lo que acababa de ocurrir. Afortunadamente para mi, por vez primera en la totalidad de mi vida desde que alguna desdichada mujer me pariera a la existencia, la suerte estuvo de mi lado y nadie se aproximó a aquel lugar. Pasados unos 40 minutos la naturaleza me llamó, de la emoción del momento mi cuerpo no pudo contener más y me vi obligado a alejarme unos cuantos pasos de la escena para buscar un árbol y poder descargarme. Fui a toda velocidad e hice la operación tan rápido como me fue humanamente posible, pero al volver ya no había nada ahí. Ella se había desvanecido por completo. Miré al suelo y vi huellas que seguían la ruta que ella había tomado para llegar allí más en cierto punto giraban e iban en dirección contraria. Todo ocurrió tan rápido que su cuerpo jamás se enteró de lo sucedido. Corrí a seguir las huellas y encontrarla para poder cortarla en porciones aún más pequeñas y evitar así que pudiera escapar nuevamente, pero en algún punto se desvió de tal forma que las huellas me condujeron a un río donde aparentemente cayó y resultó siendo una pobre víctima de las impredecibles corrientes del fondo acuático.

No sé si logró cruzar al otro lado o si se fue al fondo para no surgir más. Todo lo anterior se los he relatado con la intención de demostrar que no he sido yo el culpable de su desaparición. Finalmente fue su propia estupidez la que no le permitió permanecer muerta como era debido y recae sobre ella misma el haber salido a correr sin rumbo ni destino hasta finalmente perderse para, espero yo, no volver jamás. 

Estimado jurado de tan respetado tribunal, con el testimonio que acabo de presentar espero entiendan que todo aquello relatado es la última prueba necesaria para demostrar mi inocencia, y que si me ponen pena alguna, estarían condenando un santo y no un criminal.

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