María

Había una vez, una hermosa niña llamada María de tan sólo cuatro añitos de edad. Vivía en la gran capital, con papá, mamá y su perrito Tomás. A ella le gustaba jugar con sus muñecas, tomar el sol por las tardes, recoger flores del parque y hablar con su amiga Liliana; aunque con toda su luz, no podía soportar la oscuridad cuando lentamente la noche empezaba a llegar.

Todos los días mamá la levantaba temprano de la cama para ir a estudiar.

-Es hora de levantarse, mi’ja, – Decía siempre mamá- la ruta te va a dejar.-

Y con sólo escuchar el llamado saltaba, medio dormida, de su camita color rosa. Bajaba tan rápido como podía dando brinquitos por las escaleras. Eso siempre hacía poner pálido a papá.

-No vayas tan rápido, hijita linda, vas a tropezar.-

Pero María iba con prisa a probar las delicias que todas las mañanas cocinaba mamá y una vez acabado el desayuno se vestía tan rápido como podía, tomaba su maletita escarchada, se despedía de ambos, le daba un beso en la trompita a Tomás y corría a toda máquina para llegar al bus escolar. 

A María le gustaba ir al colegio, tenía muchos queridos amigos y profesores amables con una sonrisa siempre al enseñar. Participaba con alegría en clase, levantando su pequeña manita para responder las preguntas de la profe Sol, la profe Claudia o el profe Tadeo. En los descansos se apresuraba para compartir con Martín y Lorena, sus amiguitos más cercanos. Los tres tenían la misma edad. Una vez finalizaba la jornada escolar corría a todo dar para volver a casa y con su perrito poder jugar. Amaba como le lamía el rostro al llegar, con chillidos amorosos y su colita revoloteando sin parar.

A pesar de la vida alegre que a la niña le gustaba llevar, no todo era siempre risas y juegos. Papá llegaba, a veces, mucho más tarde de la hora de su siesta. Eso ponía triste a mamá. Cuando por fin aparecía, de vez en cuando los gritos y ruido hecho por las cosas cayendo y rompiéndose la llegaban a asustar .

Cuando María cumplió cinco añitos papá tuvo que dejar de trabajar. El trato amoroso de siempre cambió por uno que la chiquilla no lograba entender. A veces, con violencia e insultos, papá la mandaba a callar.

Una noche, después de que María cumpliera seis, él la invitó a jugar. Con palabras dulces y trato amable, después de aquel horrible tiempo en el que reinaba la irritabilidad, le insistió que a su cuarto le debía acompañar ¡Te amo, papá! Algo estaba raro ya que por ningún lado, en la habitación, se veía a mamá quien al parecer debió quedarse hasta muy tarde para más dinero conseguir en su jornada laboral. Estaba bien entrada la noche. De a pocos el ambiente empezó, poco a poco, a pesar más y más. Aunque ella ya no quería seguir con las cosquillas y un juego un poco más agresivo de lo normal, le hacía caso a papá ¡Qué niña tan obediente!

María reía a pesar de que deseaba con todo su corazón que papá la dejara de tocar. Las caricias y besos le comenzaban a doler pero le daba miedo que papá con ella no volviera a jugar. El juego subió de tono, se quedó sin ropita rápidamente y de un momento a otro, sin que papá avisara o dijera algo, sintió como en sus partes blandas algo comenzó a entrar. Jugaron juntos en el cuarto hasta que papá finalmente se cansó y se marchó a dormir, no sin antes dejar muy en claro que de lo ocurrido en aquella noche mamá no se podía enterar. María sudorosa y adolorida, en medio de la oscuridad, se puso a llorar.

Las peleas entre papá y mamá se volvieron la normalidad desde hacía tiempo ya. A veces, María escuchaba hablar a mamá con la tía Claudia por el teléfono celular. El tema siempre era mismo: Tía Claudia le decía que lo dejara, pero mamá se repetía que en algún momento él iba a cambiar.

Un día papá llegó aún más enojado que de costumbre, con la ropa sucia y despeinado. Mamá se asustó al verlo entrar, le dijo a María que corriera al cuarto y se escondiera en el armario. Inició una nueva pelea entre ambos, más fuerte que todas las anteriores juntas, y la asustada María podía escuchar a su amado padre agredir fuertemente a su mamá. Mamá intentó esconderse en un cuarto, subiendo torpemente las escaleras pero papá la logró alcanzar. Mamá tenía un nuevo amigo, y eso no le gustó a papá. Tras cinco golpes seguidos, la pobre de mamá dejó de respirar. Papá subió inmediatamente al cuarto de la pequeña María, y al verlo buscar en todos lados ella pensó que parecía que de a las escondidas quería jugar. Papá no estaba de ánimos y la frustración se volvió más evidente. Buscó debajo de la cama, detrás de la cama, detrás de la puerta y en mil sitios más. María, al ver a su amado padre buscándola tan efusivamente recordó cuando era aún más pequeña y compartía con su padre en el parque local. Soltó una risita de lo mucho que se estaba divirtiendo, pensando que era todo un juego, y así la pudo encontrar.

-¡Me descubriste!- Dijo emocionada la pequeña - Ahora es tu turno, escóndete y te iré a buscar.-

Papá no dijo nada y simplemente la tomó por el cuello. La pobre María ni si quiera pudo gritar.

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